Enviado por jaime a través de Google Reader:
El caso BTJunkie en Italia vuelve a demostrar la cortedad de miras de quienes pretenden bloquear o censurar el acceso a sitios situados en el extranjero: a las pocas horas del anuncio de la orden judicial que obligaba a todos los prestadores de servicios de conectividad del país impedir el acceso a BTJunkie, ya habían aparecido proxies de tipo general (y por tanto, con argumentación complicada de cara a su hipotético bloqueo) como Proxyitalia que permitían el acceso a la página en cuestión. Me he pasado un rato curioseando Proxyitalia, que solo funciona con una dirección IP italiana: es un proxy no demasiado rápido, pero libre de publicidad, con múltiples opciones, y de manejo completamente simple.
Servicios de escasa complejidad técnica que pueden ser creados por cualquiera, desde la propia BTJunkie a otros, o que pueden sustituirse con el simple uso de una VPN que asigne al usuario una IP de otro país, evitando así todo tipo de bloqueo. En mi caso, utilizo desde hace tiempo WiTopia porque es el que tenía para mis necesidades de conectividad en mis viajes a China y porque me ofrece una amplia variedad de nodos en todo el mundo para elegir. ¿Como prohibir, salvo en regímenes dictatoriales, páginas en las que el usuario puede introducir la dirección de cualquier otra página? Las alternativas son únicamente dos: ser inútil, o ser totalitario.
Esto es, ni más ni menos, lo que nos espera en España cuando la ley Sinde empiece a generar este mismo tipo de estupideces: varias personas en nuestro país me han comentado tener ya preparados servicios de este tipo. Es más que posible, incluso, que las páginas bloqueadas experimenten, debido al "efecto Streisand", un incremento en su nivel de popularidad. Un absurdo e inútil juego del gato y el ratón. Como John Gilmore dijo en su momento,
The Net interprets censorship as damage and routes around it."
(En traducción libre: "la red interpreta la censura como un daño, y la evita rodeándola"). En Italia ya tienen evidencia de ello. Aquí, con una ministra y una industria cultural empeñados en golpear su cabeza contra la pared, tardaremos unos cuantos meses más en verlo.
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